La responsabilidad del adulto en la socialización del niño

Artículo de reflexión – por Juan Manuel Cancela

El adulto brinda al niño las herramientas simbólicas que permiten su desarrollo psicológico.

Luego de un siglo de investigación en psicología, sabemos que las experiencias que las personas tienen siendo bebés determinan o condicionan su desarrollo. Me referiré en este artículo a los aspectos cognitivos y emocionales de dicho desarrollo humano. Recién nacido, el ser humano no dispone de una estructura de representaciones mentales, o imágenes, que le permitan ordenar el mundo, reconocerse como centro de su experiencia sensorial y distinguir lo interno y propio de lo externo y ajeno. Sin embargo, va adquiriendo estas imágenes a medida que “le van siendo prestadas” por quienes lo socializan e integran a la comunidad humana.

Es mediante este proceso que se van construyendo con los años las estructuras de nuestro pensamiento y de nuestro entendimiento, y, en definitiva, se moldea la estructura de nuestra consciencia. En nuestro desarrollo somos seres muy dependientes de los otros no sólo físicamente, sino también psicológicamente.

A lo largo de este proceso tomamos de los demás elementos informativos para comprender el mundo, y esa información se sustenta en símbolos: un símbolo es una representación que alude a un significado más allá de esa representación (una letra, una imagen, un logo) y que es compartido con otros. Mediante el símbolo se ordena rápidamente un conjunto de ideas, de información, para generar comprensión común y fácil entre los miembros de un grupo.

Nuestro mundo es simbólico en un amplio sentido: por la presencia del lenguaje (las palabras son símbolos), de imágenes compartidas (símbolos patrios, por ejemplo), de logotipos (marcas), etc. Y a interpretarlos nos enseñan los demás, primero nuestros padres y luego los miembros de la comunidad que nos socializa: a medida que descubrimos los símbolos, que empezamos a hablar y desarrollamos con ciencia estamos siendo bienvenidos a un mundo simbólico y compartido, pero que a la vez condiciona y limita las posibilidades de nuestro pensamiento.

Es así que desde la perspectiva del educador del infante, los símbolos son herramientas: lo asisten en su tarea de preparar al niño para la vida y darle la bienvenida a las diversas comunidades que viene a integrar (la familia, la religión, el Estado, etc.). Le “prestará” esas herramientas que él aprendiera antes y que entiende que serán necesarias al niño para transitar su camino hacia una autonomía adulta.

Los adultos no somos siempre conscientes de esto, no llegamos a comprender lo determinante y capital que son para un niño las herramientas simbólicas y psicológicas que le enseñamos y le comunicamos desde los primeros momentos de su vida. Y un poder tan grande, debiera conllevar consigo siempre una gran responsabilidad: estamos diciendo aquí que las herramientas que van a permitir a un niño convertirse en un adulto, que las utilice para ser libre y dueño de su vida, dependen enteramente de terceros. Esos terceros somos todos: padres, familiares, educadores, y no estamos haciendo otra cosa que condicionar y determinar a esos pequeños. Pero, también, corremos grandes riesgos si tratamos esta responsabilidad a la ligera: al saber esta influencia que tenemos en nuestras crías, podríamos abusar de este poder para precisamente condicionar a los niños según nuestros designios, y bajo el pretexto de educar para realizar al individuo en su condición fundamental de libertad, adoctrinarlo en realidad, convertirlo en un instrumento de nuestra voluntad de adultos.

Como adultos, entonces, tenemos en este sentido psicológico un gran poder. “Y todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.” Hay un poderoso insight filosófico en esta oración que el Tío Ben decía a Peter Parker en el universo de Spiderman. Hago esta referencia de forma intencionada, ya que esa frase que oí numerosas veces siendo niño y que interpretaba puramente en el contexto del dibujo animado, resonó a través de los años y me ha llegado hasta hoy, y es ahora que descubro en ella una enseñanza sutil que se instaló en mí siendo niño y que hoy me permite razonar con profundidad sobre la condición humana. Es esta una prueba de que los productos culturales que consumimos también conforman ese universo de símbolos que moldea nuestra mente y nos permite pensar, denotando que aún algo aparentemente trivial como un dibujo animado puede formar y educar a un niño pequeño.

Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, y ante este poder inmenso que tenemos, se vuelve necesario que lo entendamos, lo analicemos y nos hagamos cargo de él, y lo usemos con buen juicio y buenas intenciones. Sólo así, aún cuando cometamos errores, podremos legar al futuro individuos buenos, sociales, productivos y felices.

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